DOS PRINCESAS EN CÁCERES: ESCENAS III-VI

  

ESCENA III

ARMANDO: ¿Nos habéis hecho llamar, amo?

ULLOA: Os he hecho llamar para una tarea algo delicada. La muerte del señor Ovando.

RODRIGO (riéndose): ¡Ni más ni menos! Os saldrá caro este servicio, querido amo. Esto no es domesticar un halcón ni buscar jabalíes para vuestras cacerías. No se vive bien con la sombra de la muerte a tus espaldas.

ULLOA: No os hagáis los santos. El consejo de la ciudad ya os quiso colgar hace un tiempo y yo os salve en el último momento. Además, ahora seréis bien pagados. Aquí va esta bolsa de adelanto para animaros en la tarea.

(Armando la coge y cuenta el dinero)

ARMANDO: ¡Reales de plata! Nos vamos entendiendo.

ULLOA: Hay tres veces más. Espero que no me falléis. Sois mis mejores monteros.

ARMANDO: Para cuando.

ULLOA: Más pronto que tarde. Hoy mismo.

RODRIGO: Imposible. Mañana. Hoy es casi de noche.  

ARMANDO: Después de vísperas, ahí suele ir nuestro buen hidalgo. Y suele ir sin criados.

ULLOA: Cada día que pase, perderéis vuestros reales. Ahora debo atender a mis invitados.

(Ulloa abandona la sala)

RODRIGO: ¿Por qué nos toca siempre la peor parte? Los nobles matan en las grandes batallas, y en los grandes torneos, se pavonean y se enorgullecen. Nosotros lo hacemos por la espalda y con un cuchillo corto. Todo es tan sucio e injusto… 

ARMANDO: ¿Qué más da? ¡Un muerto es un muerto! No te quejes y vamos al asunto.

RODRIGO: Con esto nos ponemos a favor de Juana la Beltraneja. ¿No te preocupa?

ARMANDO: Pero ¿qué mosca te ha picado? ¿Y qué nos importa la reina que nos gobierne? Llámese Juana o Isabel, tendremos que seguir cazando jabalíes y venados para nuestros amos. ¿Pero a ti qué te pasa hoy? Céntrate. Mañana, es un hombre a quien tienes que cazar. Y no tiene colmillos, pero sí espada larga.

RODRIGO: No dejaremos que la use. Está bien. Lo haremos mañana.

RODRIGO: Espera, debe ser al caer la tarde. Después de la misa, al salir de San Juan. Suelen ir diariamente. Nos vestiremos de mendigos. 

ARMANDO: Qué devoto es este hidalgo.

RODRIGO: La nobleza obliga a ser cumplidor con la iglesia.

ARMANDO: ¿Suele ir solo?

RODRIGO: Suele hacerlo. Es un riesgo que hay que tomar. Estocada rápida, por detrás, y a correr.

ARMANDO: Ya has oído. ¡Por Castilla!

RODRIGO: ¡Por la Beltraneja!

LOS DOS (riéndose): ¡Y por la bolsa de plata!

(los criados abandonan la sala casi abrazados; sale Melibea junto a Celestina, que había permanecido escondida en la alcoba de al lado)

MELIBEA: ¿Has oído, Celestina?

CELESTINA: Yo no he oído nada ni quiero. Estoy sorda.

MELIBEA: Corre a avisar a Calixto.

CELESTINA: Estoy sorda y ciega. Aunque quiera, no llegaré a su casa a tiempo.

MELIBEA: ¡cuarenta maravedíes!

CELESTINA: ¡Cincuenta! ¡Poco pido!

MELIBEA: ¡Ve corriendo, Celestina! 

CELESTINA: ¡Raudo como un galgo!

 

ESCENA IV

(saliendo de la iglesia, unos mendigos están en la puerta)

ARMANDO: ¡Un maravedí para este enfermo y lisiado!

DIEGO DE OVANDO: Debe ser este el lugar donde nos atacarán, según Celestina.

CALIXTO: Debemos estar prevenidos.

DIEGO DE OVANDO: Ellos se delatarán.

ARMANDO: ¿Darían un maravedí para un pobre enfermo? Por caridad cristiana, buenos nobles.

DIEGO DE OVANDO: ¿Y a cambio, qué me darás, felón?

ARMANDO: La muerte (dice quitándose la sábana).

CALIXTO: Eso estábamos esperando. Desenvainad vuestros puñales, y nosotros sacaremos nuestros sables.

DIEGO DE OVANDO: Solo sabéis combatir de manera traicionera. ¡A mí, Calixto!

(se inicia una lucha en la que los hombres de Ulloa acaban huyendo)

DIEGO DE OVANDO: Debemos huir de la ciudad y llamar a la reina Isabel con urgencia. Tenemos que ir a la ciudad de Plasencia. Con suerte sus huestes y ejércitos deben estar más cerca de Cáceres.

CALIXTO: Está bien, pero antes he de hacer algo.

DIEGO: Lleva a nuestros hombres contigo.

CALIXTO: No. Debo ir yo solo.

DIEGO: No será lo que yo estoy pensando.

CALIXTO: Debo despedirme de Melibea.

DIEGO DE OVANDO: ¡Loco, vas a la boca del lobo! ¡Coge el caballo y parte para el norte!

CALIXTO: Dejadme, padre, que sé lo que debo hacer. Ellos pensarán que estoy muerto. No esperarán que me encuentren con vida.

 

ESCENA V

CALIXTO: ¡Melibea, Melibea!

MELIBEA: ¿qué haces aquí, Calixto? ¡Vete con tu padre, márchate de la ciudad! Si te encuentran, te matarán.

CALIXTO: Me arriesgaré. Se acabó, Melibea, yo abandonaré la ciudad, pero tú vendrás conmigo. La reina Isabel velará por nosotros y nos hará justicia. El bando de vuestro padre ha perdido, solo que no se han dado cuenta todavía.

MELIBEA: No puedo dejar a mi padre, pero… ¡Está bien! Partiré contigo. 

(Entran Ulloa y los nobles con la espada desenvainada).

ULLOA: ¡Mi hija no se casará con ningún partidario de la reina Isabel!

CALIXTO: Eso habrá de verse…

MELIBEA: ¡Calixto! ¡Vuestra reina os ordena que bajéis vuestra espada! Morirás si no lo haces, y no quiero verte muerto.

ULLOA: De este palacio no saldrá nadie. No sé qué habrá pasado con mis cazadores, pero vos no saldréis de aquí.

CARVAJAL: ¿Dónde está vuestro padre?

CALIXTO: Tenéis entendimiento para llegar por vos mismo. Ahora mismo, mi señor padre está camino de Plasencia, al encuentro de nuestra reina Isabel.

SOLÍS: ¡Te dije que había que haberlo encerrado ayer mismo! ¡Nos va a condenar a la ruina!

CALIXTO: Exijo un juicio como noble que soy. No quiero morir como un perro, ahorcado por detrás.

ULLOA: Por de pronto, os encerraremos en el alcázar de la ciudad. ¡Hay una buenas mazmorras junto al aljibe de los moros!

MELIBEA: ¿Y qué será de mí?

ULLOA: Vos os casaréis con el hijo de Juan Solís, el maestre de la Orden.

MELIBEA: ¿No es muy joven?

ULLOA: Pues esperaréis. O marcharéis para el convento de San Pablo, como hizo tu hermana. Desde ahí os vigilaremos bien. Y no se te ocurra decir que os habéis enamorado del necio de Ovando. ¡Celestina!

CELESTINA: Sí, señor.

ULLOA: Recluye a mi hija en sus aposentos. No quiero que vea la luz del día salvo para ir a la misa de Pascua.

CELESTINA: Sí, señor. Así se hará. 

MELIBEA: No me toques, Celestina, sé andar yo sola.

(se escucha un cañonazo)

ARMANDO: ¡Señor! ¡Es el fuego de una bombarda! ¡Tienen artillería! ¡Y arcabuces!

ULLOA: ¿son los portugueses? ¡Mirad su estandarte!

RODRIGO: ¡Señor, la caballería de la reina Isabel está presente! ¡Y el cardenal Mendoza! ¡El almirante de Castilla! ¡Y las milicias de la ciudad de Plasencia también están allí! ¡Todos se han sumado a la reina Isabel!

ULLOA: ¿no decían que estaban más lejos?

SOLÍS: ¿Y dónde están los portugueses?

CARVAJAL: Han salido huyendo... desaparecidos.

MELIBEA: ¿Qué haréis ahora con Calixto, padre?

ULLOA: …

MELIBEA: ¿No sabéis que si le ocurre algo, su padre Diego de Ovando tomará represalias directamente contra vos?

ULLOA: ¿Y desde cuándo una mujer se mete en política?

MELIBEA: Desde que tenemos reinas y princesas en Castilla.

SOLÍS: No malgastéis vuestras energías, Ulloa, y reunámonos de inmediato con ellos. Ya tendréis tiempo de castigar su insolencia.

 

 

 

 

 

 

ESCENA VI

Entra la reina Isabel, y con ella Diego de Ovando.

REINA ISABEL: Así que estos son los nobles rebeldes que quieren hacer reina a mi sobrina Juana. Sabed que todos los grandes de Castilla, y las cortes del reino han jurado ya obediencia. Sois de las últimas ciudades en hacerlo. Espero que no demoréis mucho la respuesta…

ULLOA (dice arrodillándose): Señora… os suplico que perdonéis nuestra falta de lealtad.

REINA ISABEL: Necesito soldados, y no muertos.  Y generales leales.

ULLOA: ¿Nos perdonáis?

REINA ISABEL: Arrodillaos primero ante mí. Pedid clemencia. Y sobre la santa Biblia, jurad lealtad a vuestra nueva reina y yo luego juraré vuestros fueros.  

SOLÍS y ULLOA quedan en silencio.

REINA ISABEL: Solo os pediré una cosa a cambio. Todas vuestras torres serán destruidas, vuestras almenas derribadas, vuestras mesnadas, reducidas. Y a partir de ahora, serviréis en el ejército de Castilla cuando lo estimemos conveniente.

GUILLÉN: ¿Nuestras torres? Señora, es símbolo de nuestra nobleza… una humillación.

REINA ISABEL: Tal vez prefiráis perder la cabeza en lugar de una torre…

GUILLÉN: Perdonad, mi reina, ¡que desmochen mi torre! (dice arrodillándose)

REINA ISABEL: Jurad, en nombre de Dios, uno a uno. ¡Traed la biblia!

ULLOA: Juro ser fiel a la reina Isabel, por la sagrada Biblia aquí presente.

DIEGO DE OVANDO: Queda una cosa por hacer. Los hombres buenos de la ciudad temían que tal vez no juraseis las tradiciones y leyes de la ciudad de Cáceres. Una vez que nos hemos plegado a vos, señora nuestra, mostraos generosa. Debéis ahora jurar los fueros de la ciudad de Cáceres, mi señora.

ISABEL: Los juraré complacida, una vez que me habéis demostrado vuestra lealtad. Y espero que mi esposo, cuando regrese de Aragón, haga también lo mismo, en señal de agradecimiento hacia vuestro buen hacer.

(La reina jura los fueros de la ciudad sobre la biblia)

MELIBEA: Os pido solo una merced, y vuestro señor Diego de Ovando, que es fiel a vos, debe tener la misma que yo.

DIEGO DE OVANDO: Mi señora, mi hijo, que luchó por vos en la batalla de Toro, está retenido en algún lugar de esta casa fuerte por ser fiel a vos, y a su señora Melibea.

ISABEL: ¡Traed a mi fiel vasallo en mi presencia, y por vuestro bien, señor Ulloa, espero que esté bien.

(traen a Calixto y cae arrodillado ante la reina Isabel)

CALIXTO: ¡Mi reina! Nos falta una cosa por hacer y os pido una última merced, mi señora reina.

ISABEL: ¿De qué se trata?

CALIXTO: Yo luché por vos en la batalla de Toro, y al volver a mi ciudad, mi prometida había desaparecido y sus padres querían romper el acuerdo de nuestro matrimonio. Quiero recuperar a Melibea y casarme con ella.

ISABEL: ¿Quién prohibía la boda?

DIEGO DE OVANDO: Si os dijese que la prohibía una tal Beltraneja, mi señora, tal vez cambiéis de parecer…

ISABEL: ¿Os opondréis ahora a la boda, señor Ulloa?

ULLOA: Nada más lejos de mi intención, señora.

ISABEL: Entonces dejemos a nuestros dos prometidos aquí, y que hablen de sus cosas, si sus padres dan el consentimiento. Como regalo de boda, os dejaré construir la torre más alta de la ciudad, y que domine a todas las demás torres y nobles de Cáceres!

DIEGO DE OVANDO: Mi señora, ¡Gracias por vuestra dispensa y regalo!

CALIXTO: ¡Mi reina! ¡Nunca os olvidaré, y me pongo a vuestro servicio nuevamente!

ISABEL: Dejemos a nuestros prometidos solos, y vayamos al concejo de la ciudad, caballeros, a jurar vuestros fueros.

(se retiran todos los presentes)

MELIBEA: Por fin solos.

CALIXTO: Por fin, querida.

MELIBEA: Pensaba yo que era tu reina…

(entra Celestina)

CELESTINA: A ver esas manos, jovencitos.

CALIXTO: Mi reina Melibea, pedidme que use otra vez mi espada para dejar ciega a una vieja perversa.

MELIBEA: No habría nada más maravilloso y placentero, noble caballero.

CELESTINA: ¿Por cincuenta maravedíes, tal vez?

(Calixto se levanta y Celestina sale huyendo. Los dos abandonan la escena, y Melibea vuelve a coser)






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