DOS PRINCESAS EN CÁCERES: ESCENAS I y II (GUIÓN)


ACTO I
ESCENA I
 

PRINCESAS EN CÁCERES

INTRODUCCIÓN

NARRADOR: La historia que os van a contar sucedió hace muchos, muchos años. Hace tantos, que la gente de entonces todavía creía en dragones, caballeros andantes, unicornios, gigantes, ciudades construidas en oro y otras muchas fantasías, y decían verlos aquí y allá. Hacía mucho tiempo que ya se habían levantado palacios y burgos, y cada ciudad tenía su propia muralla y rivalizaba con sus vecinas por levantar la catedral más grande. También entonces, los nobles luchaban entre ellos, espada en mano, unas veces a favor de un rey y otras en su contra, y a veces contra los moros, otras veces contra el rey de Francia, el de Portugal o el que se terciara. Y así pasaban los años, sin que nadie pudiera dar un paso por el reino, sin que algún noble malhumorado o un bandido pobre pudiesen robaros todo lo que tomáis por valioso en vuestra vida. Pero todo estaba a punto de cambiar. Y la gente empezaba a clamar por algún rey o reina poderosa que pudiera poner orden a todo aquello.

Corre el año 1477, y el oeste de Castilla sufre la guerra civil por la posesión del trono. De un lado, la reina Isabel y su esposo Fernando de Aragón, luchan por imponer su autoridad en toda Castilla, y sueñan con desterrar a los moros de toda la península. Del otro, la princesa Juana y su marido, el rey de Portugal Alfonso V, sueñan con unir Castilla y Portugal y lanzarse a la conquista de toda la costa de Leones, que es como llamaban los latinos al África. Y mientras, una pareja de jóvenes nobles, se encuentran en un pequeño palacete de la diminuta ciudad de Cáceres. El joven, recién llegado del norte de la guerra contra los portugueses y la princesa Juana. Ella, noble también, le espera con impaciencia. Pero no están solos. Y Celestina, una vieja alcahueta, vigila para que nada ocurra entre ellos.

Una habitación con una mesa. Una muchacha espera con ansiedad. Entran en la habitación una vieja con un joven noble.
Calixto, Melibea y Celestina

MELIBEA: Hola, Calixto. ¿dónde estabas? Llevo esperando tanto tiempo... Pensé que te habían herido en la batalla con los portugueses.
CALIXTO: Tan solo he tardado algo más. Mi padre me ha retenido por el consejo que va a celebrar en tu casa aquí.  Tenemos poco tiempo…
CELESTINA: ¡Eh! Esas manitas que yo las vea. A la distancia de mi bastón. 
CALIXTO: No seas tan maligna, Celestina.
MELIBEA: No te quejes. Falta poco para que esta vieja alcahueta deje de acompañarnos.
CELESTINA: No os podéis quejar de mis servicios, querida mía.  
CALIXTO: ¿Te acuerdas la primera vez que nos lo dijeron?
MELIBEA: ¿El qué?
CALIXTO: Que nos casaríamos. Que nuestras familias se unirían para poder juntar nuestros señoríos y crear así la familia más poderosa de la ciudad de Cáceres.
MELIBEA: Yo lo asumí así. Es lo que pasa en el mundo… pero cuando supe que eras tú, no me lo podía creer. Te imaginaba un viejo arrugado y feo.
CALIXTO: Y yo una niña idiota… Qué suerte tenemos. Mi hermana se casó con un noble viejo, murió y ahora está en un convento. Melibea…
CELESTINA: ¡Eh! Esa carita. Así no se mira a Melibea.
MELIBEA: Alcahueta, márchate de aquí. Déjanos solos.
CELESTINA: Vuestro padre, el señor Ulloa no está de acuerdo.
CALIXTO: Anda, toma un maravedí y márchate de aquí.
CELESTINA: ¡Como osáis cuestionar mi lealtad al señor Ulloa!
CALIXTO: …dos maravedíes.
CELESTINA: Yo. Una criada tan honrada y honesta…
MELIBEA: Veinte maravedíes.
CELESTINA: Esperad. (Coge su bastón y se golpea en los ojos) Ay madre, que me he quedado ciega, qué mala suerte… ¡no veo, Melibea! ¡Ay qué desgraciada soy, que me he quedado ciega! Socorro, socorro… ¡señor!
(Celestina se marcha,  dándose con una puerta o algún objeto)
CALIXTO: Por fin solos. Ya falta muy poco para poder casarnos.
(Y se acerca a ella y la coge de las manos, intenta acariciar su cara, pero no se deja)
MELIBEA: Eh, esas manos.
(Melibea se separa de nuevo de Calixto)
CALIXTO: Eres peor que Celestina.
CELESTINA: Ya estoy aquí.
MELIBEA: ¿Pero no te habías quedado ciega?
CELESTINA: Es que por veinte maravedíes… la ceguera dura poco.
(se escuchan ruidos en la puerta)
MELIBEA: ¡Mi padre!
CALIXTO: ¡El consejo de la ciudad!
CELESTINA: ¡Tú, sapo lagunero, largo de aquí o te mata mi señor! ¡Y tú, Melibea, escondámonos en la alcoba de al lado. ¡Vámonos de aquí!

(se acercan los rostros)

CELESTINA: ¡Eh! Esa carita. Así no se mira a Melibea.

MELIBEA: Alcahueta, márchate de aquí. Déjanos solos.

CELESTINA: Yo lo haría de mil amores, querida Melibea, pero vuestro padre, el señor Ulloa, no está de acuerdo.

CALIXTO: Anda, toma un maravedí y márchate de aquí.

CELESTINA: ¡Como osáis cuestionar mi lealtad al señor Ulloa!

CALIXTO: …dos maravedíes.

CELESTINA: Yo. Una criada tan honrada y honesta…

MELIBEA: Veinte maravedíes.

CELESTINA: ¿He oído treinta? Esperad. (Coge su bastón y se golpea en los ojos) Ay madre, que me he quedado ciega, qué mala suerte… ¡no veo, Melibea! ¡Ay qué desgraciada soy, que me he quedado ciega! Socorro, socorro… ¡señor!

(Celestina se marcha,  dándose con una puerta o algún objeto)

CALIXTO: Por fin solos. Ya falta tan poco para poder casarnos y evitar estas insolencias...

MELIBEA: Cuéntame, Calixto, cuéntame. ¿Cómo fue la batalla de Toro? ¿Mataste a muchos portugueses de la Beltraneja?

CALIXTO: Hombre, no se puede matar a todos. Pero por ahora no lucharé más por la reina Isabel, y sí mataré, si así me lo pide, por mi otra reina.

MELIBEA: ¿Y quién es tu otra reina, aparte de Isabel de Castilla? 

CALIXTO: ¿Hace falta que pronuncie su nombre? La tengo delante de mí y no gana a nuestra reina en linaje y cuna, pero sí en belleza y blancura.

(Y se acerca a ella y la coge de las manos, intenta acariciar su cara, pero no se deja)

MELIBEA (echándose para atrás): Eh, eh, esas manos.

CALIXTO (riéndose): Eres peor que Celestina.

CELESTINA: ¿Alguien me llama? ¡Ya estoy aquí!

MELIBEA: ¿Pero no te habías quedado ciega?

CELESTINA: Es que por cuarenta maravedíes… la ceguera dura poco.

MELIBEA: ¿Cuarenta maravedíes?

CELESTINA: ¿Acaso resulta que eran cincuenta?

(se escuchan ruidos en la puerta y los tres miran a la derecha nerviosos)

MELIBEA: ¡Mi padre!

CALIXTO: ¡El consejo de la ciudad!

CELESTINA: ¡Tú, lechuzo desafortunado, escuerzo maligno, largo de aquí o te mata mi señor! ¡Y tú, Melibea, escondámonos en la alcoba de al lado. ¡Vámonos de aquí! ¡Deprisa!

(Calixto abandona por la derecha la escena, mientras que Celestina y Melibea lo hacen por el otro lado)

 

ESCENA II

Miguel  Solís, Francisco de Carvajal, Gonzalo de Ulloa, Diego de Ovando, princesa Juana.

Los nobles entran en la sala y se sientan en la mesa.

 

FRANCISCO DE CARVAJAL: Nobles caballeros, señor de Ulloa, señor Ovando, señor de Carvajal, maestre de Alcántara, La situación es grave. Los regidores y el concejo de la ciudad demandan una respuesta en poco tiempo y me esperan en la casa de la ciudad.

GONZALO DE ULLOA: La ciudad debe manifestar sus lealtades de inmediato. Hay que decidir si queréis apoyar a mi señora la princesa Juana o no.

FRANCISCO DE CARVAJAL: ¿Y qué es lo que nos ofrece ella? ¿Sabemos algo de su visita?

GONZALO DE ULLOA: ¿Lo queréis saber?  Ella misma en persona está aquí.

FRANCISCO DE CARVAJAL: ¡La princesa!

(entra la princesa Juana la Beltraneja)

PRINCESA JUANA: Ahorraos los cumplidos y halagos, mis nobles señores de Cáceres. El tiempo apremia y mi marido, el rey de Portugal, me espera para ir al oeste.

FRANCISCO DE CARVAJAL: ¡Nadie sabe que estáis aquí! ¡Os dan por tierras de Zamora!

PRINCESA JUANA: Y por eso os pido, nobles señores, que nadie diga nada por el momento. Según el señor Ulloa, tengo vuestra lealtad, ¿no es así?

SR. SOLÍS: Yo, como maestro de la orden de Alcántara, he de saber qué me pasará. Nuestras tierras colindan con Portugal.

GONZALO DE ULLOA: Mi señora ha jurado que no tocará vuestros privilegios nobles, y que vos mantendréis vuestro puesto de gran maestre de la Orden.

PRINCESA JUANA: Vuestros derechos señoriales serán respetados y ampliados, y juraré los fueros de vuestra ciudad en cuanto me sea posible, señor Carvajal

FRANCISCO DE CARVAJAL: Entonces, si la decisión está tomada, el consejo de la ciudad debe saber cuanto antes y organizar nuestras fuerzas.

DIEGO DE OVANDO: Yo estoy en contra. Estoy en contra que un rey portugués tome también la corona de Castilla. Y mi hijo viene de luchar por la reina Isabel, en Toro… Además, se corren voces de vos, princesa Juana…

GONZALO DE ULLOA: ¿Voces? ¿Qué voces?

DIEGO DE OVANDO: Vos lo sabéis tan bien como yo. Dicen que no era hija del rey, que su padre es un tal don Beltrán. Y por eso…

FRANCISCO DE CARVAJAL: Por eso la llaman la Beltraneja. No se os ocurra pronunciar ese nombre bajo nuestra presencia.

PRINCESA JUANA: ¿Cuestionáis que sea hija del rey Enrique IV? Os puedo asegurar que si esta ciudad hubiera jurado ya mi lealtad, habría quebrado vuestro palacio y haceros arrodillar para suplicar clemencia.

DIEGO DE OVANDO: Perdonad, mi señora, ¿quién soy yo para cuestionar nada?

PRINCESA JUANA: Eso son tonterías, calumnias inventadas por mi tía, la reina Isabel. No se trata de a quién habéis jurado fidelidad, si no con quién ganará más el reino y nosotros. ¿Qué ganará Castilla con la corona de Aragón? Nada. Mirad lo que se escribe. Es un reino decadente y Barcelona sufre la peste. Sus nobles y mercaderes se matan entre ellos y la gente humilde sufre.

SR. SOLÍS: El puerto de Lisboa mueve ya más riqueza que el de Barcelona y tanta como el de Sevilla. Y dicen que sus marineros son los mejores del mundo, mejores que los venecianos y los genoveses juntos.

DIEGO DE OVANDO: Sois hombre de mundo, amigo mío. Yo no he salido de mi ciudad, salvo al campo de batalla, con unos y con otros. Estoy harto de guerrear. Quiero paz para la ciudad. Si no recuerdo mal, Isabel es la princesa que dejó nuestro rey Enrique.

PRINCESA JUANA: A mi pobre padre le obligaron a firmar cosas que nunca pensó hacer.

MIGUEL DE SOLÍS: No te tengo que decir que si la princesa Juana se hace con el poder en Cáceres, perderás todas tus posesiones. Tendrás que plegarte a ella y suplicar su perdón para recuperarlas.

DIEGO DE OVANDO: Correré ese riesgo. Dadme un día para pensar, nobles señores.  

GONZALO DE ULLOA: Cuida bien tu espalda, Don Diego de Cáceres Ovando.

DIEGO DE OVANDO: ¿Consideraré eso como una amenaza?

GONZALO DE ULLOA: Avisado estáis, no digo más.

(Diego de Ovando se marcha con cierto enfado)

PRINCESA JUANA: Yo también he de marcharme. Debéis saber que no parto tranquila con una demostración tan tibia de lealtad por parte de Don Diego. Su hijo Calixto luchó contra mi señor, el rey de Portugal, y eso no puedo olvidarlo.

GONZALO DE ULLOA: Adiós, majestad.

(la princesa se retira)

FRANCISCO DE CARVAJAL: ¿Estás seguro que todavía quieres casar a tu hija Melibea con el hijo de Diego de Ovando, cuando la princesa ha mostrado su rechazo hacia él?

GONZALO DE ULLOA: No creo que sea imprescindible. El señor Diego ha resultado ser poco de fiar. Sí, debo romper esa alianza, y lo lamento por mi hija Melibea. El hijo de don Diego la ha acaramelado con poemas y hazañas guerreras.

FRANCISCO DE CARVAJAL: ¿Y ya está? ¿Y te quedas tan contento? ¿Dejarías esto como está? ¿No te das cuenta que no podemos dejar que Ovando se declare rebelde de nuestra causa? Si abandona la ciudad, comunicará a la Corte de Castilla nuestro pacto con la princesa Juana.

M. DE SOLÍS: Hay que evitarlo. Las tropas leales a Isabel y Fernando están ya en Plasencia. Pronto estarán aquí si los avisa ese maldito felón.

GONZALO DE ULLOA: ¿Qué estás diciendo entonces?

M. DE SOLÍS: En la guerra, el primero en morir es siempre el posible traidor.

GONZALO DE ULLOA: ¿Estás diciendo que lo matemos?

M. DE DE SOLÍS: No nosotros. Manda a tus esbirros.

GONZALO DE ULLOA: Está bien. Si así lo quieres.

M. DE SOLÍS: Por el bien de Castilla y la princesa Juana.

ULLOA y CARVAJAL: Por el bien de Castilla y la princesa Juana.

(Guillén y Diego de Solís abandonan la sala y se queda solo el señor Ulloa).

 

GONZALO DE ULLOA: Llamad a Armando y Rodrigo.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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